Ya el año está en bajada, los últimos días del 2009 comienzan a correr vertiginosos. La gente sale a comprar de todo: ropa, juguetes, bebidas alcohólicas, ingredientes para las hallacas, regalitos para el amigo secreto, para las maestras, para las secretarias, para la suegra, para quien sea... es lo de menos.
Parece casi una obligación comprar, así como reunirse con los amigos, con gente que no se ha visto durante todo el año o con quien sea. La bebedera, las reuniones y las fiestas se multiplican por doquier. Aparte de las tradicionales: con la familia, con los vecinos, con la gente de la oficina o los panas siempre sale algún cumpleaños, graduación o matrimonio.
Las peluquerías están más llenas que de costumbre, la gente corre, vuela por las calles atareada, loca, febril.
Muy pocos recuerdan el sentido de esta fecha, ¿conmemorar el nacimiento del hijo de Dios?. No, el Niño Jesús es el que trae los regalos y hay que comprarle jugueticos al ahijadito, al niño de la conserje, de la muchacha que trabaja en la casa y del vigilante. Dios mío!!! exclaman y lo recuerdan, sólo cuando ven que una muñeca puede costar más de 800 bolívares (800 mil de los de antes).
La noche de paz sólo quedó para el recuerdo de la canción, crece la violencia en las calles, en las noches, madrugadas y días, roban donde sea y a quién sea. Hay dinero, mucho dinero, corriendo por las calles: utilidades, bonos, comisiones, aguinaldos, etc... Propician que aumente la violencia y la ambición de los amigos de lo ajeno. Eso sin contar el incremento desmedido de los accidentes de tránsito como producto de la imprudencia, del exceso de velocidad y de quienes manejan después de haber bebido.
Pocos, muy pocos, hacen instropección en esta fecha, balance del año, propósitos de año nuevo o planes para el próximo año.
Lo único que sé es que nunca las navidades serán como cuando era niña, nostalgia, quizás. Pero ya no existe la magia y la alegría que tenían estos días cuando esperaba que el Niño Jesús me trajera lo que pedía. La alegría de los días cuando todos mis tíos y mis primos, maternos y paternos se reunían en casa de mis abuelos y esperábamos el año nuevo en un círculo bailando y mi abuela Trina nos bañaba con champaña a todos, esa alegría ya no existe. La navidad cambia cuando crecemos, se convierte en carrera, en frenesí, en locura, pierde la emoción y la inocencia.
Ahora intentaré por todos los medios que las navidades de mis hijos sean tan mágicas y bellas como lo fueron las mías.
Feliz navidad, paz y tranquilidad para todos...